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Escena: Una tarde con mi madre. Resignificar la relación con mi madre: sanar las heridas de la infancia y soltar culpas ajenas

Actualizado: 27 ago


Recuerdo un poco la edad que tenía, creo que seis años, tal vez un poco más, el lugar la casa de nuestros sueños, ¡el gran triunfo!


Hace un tiempo mi padre había logrado comprar una hermosa casa, en un lugar exclusivo de la ciudad, un conjunto cerrado, la casa 46, ahí se sentía una mezcla de logro y de frustración, mis padres sentían orgullo y nostalgia, amor y odio, admiración y deshonra, por muchos motivos. El haber tocado el cielo con las manos trajo muchos desastres financieramente hablando.


A diario habían discusiones muy fuertes en mi hogar, consumo excesivo de alcohol, ausencia de padres, estábamos seguros en un lugar donde había portería, vigilancia, estábamos en un buen lugar, ya habían cumplido, nos dieron el espacio ideal para estar afuera de la casa el mayor tiempo posible, poco control de la hora de entrada, la de dormir, la de salir, poco control de hábitos tan simples como cepillarse los dientes, había cierta permisividad para nosotros, libertad convertida en libertinaje, todo un sueño para nosotros los niños.


Somos cuatro hermanos, cada uno vivió esta etapa desde su lugar, desde su edad, pero todos nos saltamos parte de la niñez; "maduramos muy rápido", empezamos de forma precoz en muchas cosas que no están diseñadas para los niños.


Yo me sentía grande y mi hermano amigo aun más, como no, si ya tenía seis años yo, y él me lleva cuatro años más, así de grandes éramos, con tiempo, espacio, libertad, amigos, con el mundo para nosotros, con días y noches para disfrutar con libertad, sin horarios.


Creo que mi madre en su interior, sentía algo de nostalgia, tristeza, enojo, porque al lado suyo, tenía a quien proveía todo, a quien logró el gran triunfo, y a la vez, a un niño que no sabía qué hacer con todo eso, que nada le satisfacía y que nada era suficiente, mi padre ahí era el proveedor, y el dinero era su medio para hacer más, pero emocionalmente estaba lejos de poder administrar la fortuna que tenía; mi madre, parecía la adulta, y tal vez en silencio, los dos hicieron un acuerdo que, ella administre mientras él se dedica a la gran vida, y por eso, en el fondo había mucha frustración; un amiente hostil, decadente, porque ella mi madre, sabía lo que estaba pasando, que esa fortuna no duraría mucho, y, en el fondo quería inconscientemente que así fuera. Recuerdo una frase de ella que marcaría mi historia:


“Lo que por agua viene por agua se va”


Volviendo a la escena, mi madre se sentía agotada, triste, enojada, sosteniendo todo, ella era el contenedor de todo, por ella pasaba todo, incluso los problemas que traía mi padre por su vida alegre, bohemia y libertina, estaba agotada de sostener, que en su energía estuviera el peso de mantener y administrar, de contener al niño que era su esposo que, veía todo como un juego, el dinero, los negocios, la familia, todo. La ausencia de mi padre la he sentido no solo por el tiempo que no estuvo, sino también porque su energía no se sentía, yo no la sentía, él era alguien en mi vida que aprecia en ocasiones con su presencia, casi siempre cuando bebía licor, creo que mi madre también se sentía así de sola, aun cuando compartía con mi padre, creo que ya sentía que todo le correspondía a ella.


Ella hace muchos años, había acordado con su propio programa, dejarse de última, “su vida será después”, para después, ahora estaba ocupada sosteniendo un hogar y el otro pilar de ese hogar estaba ocupado en algo más.

 

Un día, mi madre tomó una decisión transcendente, necesaria y absolutamente oportuna, entonces nuestros padres nos reunieron a los cuatro hijos, en la sala de la casa y mi padre nos dijo “su madre se quiere separar”, mi madre habló, pero hoy no recuerdo sus palabras.

Recuerdo haber conversado primero con mi padre y él, con su tristeza en los ojos me dijo, que él no quería, que era la decisión de mi madre ¿cómo no ayudarlo?


Desde la frase de se quiere separar, no recuerdo más, asumo que todos opinamos y de alguna manera cada uno se expresó, yo esperé, no sé por qué y lo siguiente que recuerdo es:

 

“Estoy sentado en las piernas de mi madre, me aferro a ella con todas mis fuerzas, le ruego que no se separara de mi papá”.

 

Mis palabras eran pequeñas, pero cargaban un peso enorme “detener una decisión que no me correspondía”, sostener con mi inocencia lo que los adultos no podían sostener.

Ella me escuchaba, pero no podía decidir, se rompía con mis palabras, me imagino que vio mis ojos y no pudo hacer lo que debía hacer, aplazó su decisión, yo me sentí como el salvador, luego eso sería mi perdición.

 

Detuve la acción de mi madre, postergó ella su elección, se dejaba de última para complacer a su hijo, decidió mantener sus miedos, culpas y creencias, cargando un peso que la iba apagando poco a poco.


El niño (yo) interpretó entonces que si mis padres seguían juntos era gracias a mi súplica, y que, si un día se separaban, sería por “mi culpa”, me convertí en el salvador y el verdugo, porque mis hermanos coincidían en que lo mejor era esa separación. Ahí nació un programa:

“soy responsable de la felicidad de los demás”

 

Cargué con culpas ajenas, responsabilidades ajenas, me ubiqué en mi familia donde no me correspondía, ese programa lo mantuve en funcionamiento hasta mi vida adulta, como hombre, esposo, padre, hijo, hermano, sin saberlo o entenderlo del todo, mantuve la creencia de ser responsable de algo que no es mío.

 

Observo la escena desde mi presente y me acerco al niño, pongo mis manos sobre sus hombros y le susurro:


Lo siento por la carga que llevaste tan pronto, no eras tú quien debía rescatar a papá, sostener a mamá, ni la unión de tus padres, lo siento por haberte hecho creer que tu tarea era salvarlos”


Perdón por haber repetido este programa en mi vida adulta, por exigirme ser fuerte siempre, por esconder las emociones en lugar de expresarla, por postergar mis necesidades, por sentir culpa por la falta de armonía, paz, tranquilidad y felicidad de la familia”


Gracias por tu valentía, por ese amor inmenso hacia tu madre, por haber creído que podías protegerla, gracias porque tu entrega me muestra hoy la raíz de muchas emociones no transitadas, ahora entiendo que no soy culpable de lo que pasó, ni responsable de sostener el mundo al que perteneces.”


Te amo… te amo profundamente, te libero de cargar con lo que no te corresponde, ya no tienes que sostener a nadie. Ahora yo, tu adulto, estoy aquí para cuidarte.”


Miro a mi madre desde el presente, la reconozco en su dolor, en su entrega, en su forma de aplazarse y le digo:


“Lo siento por juzgarte, perdón por no ver antes tu herida, gracias por tu vida, por lo que hiciste desde tu historia; Te amo, y te libero de ser perfecta, ya no necesito cargar tu peso ni repetir tu aplazamiento, libero y corto el cordón invisible que nos ha unido en una profunda sensación de dependencia emocional, eres responsable de tu propia paz, soy responsable de la mía, te amo y te honro así, tal como eres”

 

Reflexión final


La escena se disuelve en un abrazo, el niño y la madre respiran profundamente, se permiten habitar sus propias emociones y liberarse de las que no son de ellos; la madre ya no siente peso, es libre, y, en mí nace una certeza “el ciclo puede terminar conmigo”


Comprendí algo más: Esta escena regresó de repente cuando escribía de lo agotado que estaba al sentir que cargaba con todo en mi hogar; estaba frustrado, agotado y enojado, me sentía el responsable de la vida de todos, estaba especialmente enojado con mi esposa porque debía “convencerla” de salir a tiempo para llegar puntual al colegio de las niñas. Algo tan simple como ese enojo, te puede mostrar algo más profundo. En el instante que me dispuse a escribirlo entendí que “mi enojo no era solo con mi esposa, era con mi propia herida” que el agotamiento era más profundo, porque llevaba años creyendo que debía sostener y hacerme cargo de los demás.


Resignificarlo me permitió verlo y elegir distinto.

Resignificar la relación con mi madre: sanar las heridas de la infancia y soltar culpas ajenas

 


Resignificar la relación con mi madre: sanar las heridas de la infancia y soltar culpas ajenas


Para ti lector: Lo que viviste de niño no quedó en el pasado, el programa se activa cuando ves la misma conducta repetida en alguien más, solo ten presente que, las escenas no serán las mismas, los personajes tampoco, pero la emoción y el sentimiento sí. Presta atención a la emoción que llega en cada situación.


Ese enojo no era mío, esa carga tampoco, venía de mucho tiempo atrás y un momento cotidiano como salir de la casa a tiempo, me lo mostró de nuevo.


LEÓN



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